martes, 29 de abril de 2008

Encuentros en la novena fase (y II)

¿Quién, si no Güendy, para sacarme de mis errores y mostrarme el auténtico sentido de la vida, y el porvenir? A mí, que siempre fui, a sus ojos, la pringada mayor del reino, quizás porque nunca mostré la menor intención de vengarme de ella, a pesar de que se hubiera portado conmigo como alimaña; quizás porque, a pesar de todos los pesares, fui tan débil como para seguir relacionándome con ella sin recriminarle, en ningún momento, su comportamiento; quizás porque cuando volvió a instalarse en nuestra pequeña comunidad y nos encontrábamos, ora en la calle, ora en los bares, no tuve inconveniente en saludarla, e interesarme por su salud y la de su familia, e incluso me permití rememorar algunos episodios comunes con cierta ternura. ¿Por qué no? A lo mejor ella, de natural retorcido, juzgó que mi comportamiento debería haber sido otro y confundió la buena educación con una debilidad de carácter, merecedora de desprecio y conmiseración, sólo así puedo entender su actitud.
Sin embargo, cuando empezó a verme en demasiadas ocasiones, para su gusto, con Clara y Angus, se permitió condescender conmigo, dedicando una parte de su precioso tiempo a prestar un poquito de atención a mi insignificante persona.
El caso fue que una noche coincidí con ella y con Viky en la barra del Batik- ano. Cuatro de la mañana, el local atestado, ¡un calor!, y yo, monísima, con la bleiser puesta, y sin abanico.
—¿No te asas? —me preguntó Viky, tras el par de besos de rigor.
—La verdad es que sí —respondí dándome aire con la solapa—, pero si me la quito, descompongo el luk.
Mira tú qué tontería. Bueno, pues Güendy picó el anzuelo.
—¡Por Dios, Ana! —se apresuró a decir— A estas alturas ya deberías saber que la belleza está en el interior.
No di crédito. Güendy, mi Güendy, recriminándome por mi frivolidad.
—Ya, pero es que me veo mucho más mona así y claro, chica, me compensa —contesté parafraseando a Patricia, que es de las que va matada, pero muere por el luk.
No fue capaz de captar mi fina ironía. ¿Se puede creer?
—Parece mentira para ti, a tu edad —continuó ella, dignísima—, hay cosas mucho más importantes que el aspecto físico. La paz interior, por ejemplo, se trasluce en el aspecto de las personas sin necesidad de...
—¿Pretendes psicoanalizarme? —me vi obligada a preguntar, ante el cariz que iba tomando la conversación— Porque, si es así, me permito recordarte que está un pelín pasado de moda.
No pudo evitar un gesto de suficiencia al decir:
—Por supuesto, todo el mundo sabe que La Inteligencia emocional...
—Excelente libro —la interrumpí—, perfecto para un regalo de Reyes, ¿o fue de cumpleaños?
Mudó la color, abandonó el gasto displicente y lo recompuso a duras penas para sacarme de dudas.
—De cumpleaños.
Vaya, vaya, había dado en el blanco. Desde luego, quien tiene la información, tiene el poder. El poder de que la más pringada entre las pringadas se permitiera bajar de su pedestal, aunque fuera por un momento, a nuestra particular Débora Dora.
¿Que qué importancia tenía? Toda. Habían sido Clara y Angus las que le habían regalado el famoso libro, el año anterior, antes de acabar con ambas como el rosario de la aurora. Que yo conociera el dato significaba que sabía mucho más de lo que ella podía prever. Y que lo supiera, suponía que mi relación con Clara —para ella a Angus siempre fue igual de invisible que yo— iba más allá de alguna que otra juerga inocente. Noté como me adjudicaba los puntos necesarios para sacarme de la mierda, por su forma de cambiar de tema.
—¿Qué tal el trabajo? Debe irte fenomenal, porque últimamente sales poquísimo, ¿no?
Le di una respuesta de circunstancia y aproveché para realizar un airoso mutis y dirigirme al encuentro de Antón que acababa de llegar, saboreando las mieles de mi exiguo triunfo.
A partir de aquella noche, abandoné mi condición de pringada y alcancé el estatus necesario para que Güendy se tomara la molestia de odiarme y, a mayores, demostrármelo.
El Batik-ano ofreció su tradicional fiesta con motivo del Día del orgullo gay a la que asistió la crème de la créme del ambiente local. Evento que coincidió con una de las tropecientas rupturas definitivas que Clara y Angus habían perpetrado, prácticamente, desde el comienzo de su noviazgo. Aprovechamos la circunstancia para dedicarnos la noche.
La exquisita cena a base de marisco y pescado, regado con una botella de vino blanco más el remate final en forma de chupitos de güisqui, nos proporcionaron ese punto etílico justo para disfrutar, aún más, de la noche.
Primera parada, Frida. El gesto de incredulidad de Carmen, Lola, Pilar, Lucía, Antón..., al vernos entrar solas, es decir, sin Angus, fue más que evidente. El único que osó preguntar directamente fue, como siempre, Antón:
—¿Dónde habéis dejado a D’Artagnan?
—En casa, con la regla —respondió Clara en el mismo tono.
—Qué mala suerte, ¿no? —apuntó Carmen, mientras nos servía las copas—, con lo que le gustan a ella estas fiestas.
—Ya —dijo Clara, en un tono con el que dejó muy claro que deseaba zanjar el tema.
Segunda parada, Batik-ano. Risas, empujones, más gestos de incredulidad... Nosotras, a lo nuestro. Sin Angus fiscalizando cada uno de nuestros movimientos, dimos rienda suelta a todo lo que nos veíamos obligadas a reprimir en circunstancias normales. Bailamos a lo suelto y a lo pegado, nos besamos, nos achuchamos… Vamos, que no nos cortamos ni un pelo.
Hubo un momento, mientras bailábamos un romántico tema de Camilo VI en el que sentí la imperiosa necesidad de darme la vuelta y mirar hacia atrás. A escasos metros, camuflada entre el gentío, estaba Güendy. Sus ojos se clavaron en los míos durante unos breves e intensos segundos. El brillo que percibí en ellos, me produjo una sensación muy parecida a la que debió experimentar doña Ana Ozores al sentir sobre sus labios el beso del Magistral. Mantuve la mirada el tiempo suficiente para verla salir precipitadamente del local, abriéndose paso a empujones.
No le comenté nada a Clara. Preferí guardar para mí aquel nuevo e inesperado triunfo. Su actitud me confirmaba que Güendy seguía colgada de Clara, la única mujer a la que ella no había abandonado por otra.
Un par de horas después, de la que nos íbamos, coincidimos con ella a la salida del bar. Tuvimos que esperar a que un fotógrafo de ocasión plasmara la instantánea de un grupo, enarbolando la bandera gay, en el que se encontraba Güendy, sin Viky, abrazada a una rubia explosiva.
Entre los «Espera, que falto yo» y los «Juntaros un poco, que no entráis todas», la foto se retrasaba y el tapón, a la puerta del bar crecía por momentos.
—Date prisa, Jose, que se me hiela la sonrisa —exigió Güendy, manteniendo la mueca.
Flash. Disolución del grupo que se reintegra a la fiesta. Güendy que, de la que entra, me señala con el índice y escupe un despreciativo:
, me hielas la sonrisa —y dirigiéndose a Clara, con un gracioso mohín—, tú, no.
Mutis por el foro.
—Pero, ¿qué le pasa a esta? —preguntó Clara, al parecer ajena a todo el asunto.
—Creo que no le ha gustado nada verme contigo.
—Y a ella, ¿qué le importa?
—Tú sabrás —respondí.
—Ni sé nada, ni quiero saberlo —concluyó resuelta.
No sé por qué me dio en la nariz que Clara no me lo había contado todo sobre Güendy y ella. Tampoco me importó mucho. En cuanto a Güendy, ni que decir tiene que sus sentimientos hacia mí me traían al pairo. Aún así, he de reconocer que tener la constancia de que alguien, ¡por fin!, le había pagado con su misma moneda, que ese alguien compartía una parte de su vida conmigo, que le constaba, y que le había afectado tanto como para tragarse su orgullo y hacérmelo saber, me produjo un agradable cosquilleo de placer.
Nunca he sido rencorosa, y a Güendy la había olvidado hacía mucho, mucho tiempo, pero que alguien como ella se hubiera encontrado, aunque fuera por una vez, con la horma de su zapato, no dejaba de ser gratificante; aunque para mí no supusiera nada; aunque aquellos pequeños triunfos no borraran todo lo que sufrí cuando me abandonó, de un día para otro, sin la menor explicación.

12 comentarios:

ConchaOlid dijo...

Me deleita tánto leerte...

errante dijo...

agg, qué pronto!!! voy a leer...

errante dijo...

y que conste que yo tb me divierto... (porque me gusta),...

(no soy nadie, como en el anuncio del aire acondicionado, snif ;P)

Mármara dijo...

Gracias, Conso, gracias. No sabes cómo me emociona saber que disfrutáis con la lectura de mis avatares sentimentales.
Errante, qué bien que te diviertas, tú también, con ello, oyes. Si algún día la publico y me hago famosa, habré de nombrarte en la lista de mis agradecimientos, por la caña que me das, jodía.

Anónimo dijo...

Oye, esto al final tendrá un epílogo tipo peli americana de sobremesa en el que se nos informe de la situación actual de cada personaje, ¿no?

ConchaOlid dijo...

las que usted tiene...

errante dijo...

ummm, qué pasa? los tonteos con MsBg no te dejan seguir con la saga?

ConchaOlid dijo...

jajajajajajajajaja

prófuga dijo...

Ahí, ahí, manteniendo a tus lectores con ese final-enganche tipo super-ratón: "no se vayan todavía, aún hay más..."

Mármara dijo...

Pues sí, Errante, sí, lo de Ms Baggesen me tiene con el alma en vigo, tía.
Ohne, no te has de preocupar, beibi, que el epílogo ya te lo relato yo, bien en Antromero, bien en Mitadecamino. Faltaría más.
Bienvenida a éste, mi concesionario, Prófuga, me encanta eso que me dices de la intriga y de Super-Ratón.

Sandra Sánchez dijo...

Madre mía también yes asturiana oh? pero dónde os meteis que no se os ve?? jajaja...
Qué frío me da vete los pies al aire...

Saludinos!

Mármara dijo...

Es que ya no salgo, boba, cansé de tanto dar el tacón. Pero, vamos, que, de vez en cuando, me dejo caer por el Tamara, conste. Muy de vez en cuando, eso sí.