miércoles, 9 de abril de 2008

El retorno de Güendy

Sin apenas tiempo para la especulación, Güendy protagonizó un par de episodios que dejaron bien claras sus intenciones: convertirse, una vez más, en miembro destacado de nuestra pequeña comunidad. La casualidad quiso que Lucía, una de mis múltiples conocidas de toda la vida, clienta asidua del Frida, fuera testiga de excepción de uno de esos episodios y le diera la publicidad necesaria para elevar a Güendy a la dudosa categoría de personaje indeseable de la temporada.
Silvia y Viky formaban una de las parejas más atractivas de la ciudad. Antes de jurarse amor eterno y compartir casa y recursos, ambas habían pasado por sendas relaciones con mujeres que las superaban con creces en edad y experiencia, de las que habían salido desengañadas, a la par que maltrechas. Lucía, secretamente enamorada de Silvia, aprovechó la ocasión para acercarse a ella. Le ofreció su amistad y la habitación de invitadas de su casa, así como un hombro en el que llorar y una oreja dispuesta a escuchar sus cuitas amorosas. Cuitas que disolvieron el amor de Lucía, pero dieron paso a una bonita amistad.
Viky, por su parte, había buscado consuelo en los brazos de Carmen, con quien mantuvo un corto e intenso idilio, antes de que Silvia se cruzara en su camino y ambas iniciaran una prometedora relación, para desesperación de la cohorte de admiradoras que esperaban una ocasión para conquistarla.
Cuando Güendy llegó a la ciudad no pudo por menos que fijarse en Viky, que trabajaba como camarera en el Batik-ano mientras su novia se dejaba las pestañas en los libros de medicina. Noche tras noche se apostaba en una esquina de la barra acechando a su presa. Noche tras noche, Silvia recogía a Viky, cuando acababa de estudiar, y Güendy debía conformarse con un casto beso de despedida y la promesa de un hasta mañana con la que Viky compensaba las horas de espera infructuosa.
Pero como todo llega en esta vida, a Güendy también le llegó su oportunidad. Silvia, empeñada en acabar la carrera, decidió recluirse en la casa familiar a preparar una asignatura que arrastraba desde primero.
Una llamada telefónica, dos días antes del comprometido examen, acabaron con sus posibilidades de aprobar la asignatura y con la promesa de amor eterno de Viky, que le exigió que saliera de su vida sin hacer preguntas y se llevara sus cosas de la casa que habían compartido.
Silvia abandonó la concentración y volvió a la ciudad resignada a su suerte. Temiéndose lo peor, le pidió a Lucía que la acompañara a recoger lo imprescindible hasta encontrar un lugar en el que instalarse con todos su enseres. Enseres que había adquirido a medias con Viky y que, llegado el momento, sería preciso repartir civilizadamente. La primera sorpresa se la llevó al encontrarse con la cerradura cambiada. La segunda, cuando Viky le abrió la puerta y, sin mediar palabra, le tiró al descansillo un par de bolsas de basura, en las que había metido su ropa y algunos objetos personales. Silvia, que era una chica de carácter templado, pretendió iniciar un diálogo, por aquello de aclarar qué pasaba con el resto de las cosas que habían adquirido juntas. Desde el fondo del pasillo un grito estentóreo respondió a su pregunta.
— ¡No la escuches! ¡Échala!
La voz en off de Güendy unida a un rotundo portazo puso fin a la escena y a la prometedora relación que habían iniciado un año antes.
Tal y como estaba previsto, Silvia se refugió en casa de Lucía donde, poco a poco y gracias a los solícitos cuidados de su anfitriona, se recuperó y se lió con Lola. Pero ésa es otra historia.
Ni que decir tiene que Silvia hizo públicos los términos de la ruptura. El ambiente en pleno se solidarizó con la despechada y aprovechó la ocasión para despellejar a las traidoras, sobre todo a Güendy, que contaba con una caterva de víctimas similar a las que produce un tsunami. Víctimas entre las que, he de admitirlo, me encontraba yo.
La segunda actuación de Güendy me tocó de refilón. Aislada de la vorágine nocturna, mantenía los contactos justos con el ambiente para no quedarme descolgada. Carmen y Violeta, con quienes solía cenar de vez en cuando, me mantenían al día de las novedades.
En una de las cenas que compartí con Carmen le pregunté, como quien no quiere la cosa, por Clara y por Angus.
—No sé nada de ellas —me contestó con un cierto deje de preocupación—. Hace muchísimo que no pasan por el bar y me extraña, ya sabes que son asiduas ¿Por qué me lo preguntas?
—Por nada en especial —respondí, intentando aparentar indiferencia—. Como hace tanto que no me hablas de ellas...
No tragó. Soltó los cubiertos, arqueó la ceja y dijo:
—La que nunca me hablas de ellas eres tú. ¿Hay algo que deba saber?
Me resistí unos momentos antes de claudicar.
—El otro día cenaron con Güendy y con Viky —la informé, sin citar mis fuentes.
—¡No me jodas! —exclamó indignada —Ahora me explico por qué no aparecen por el bar.
—¿Y eso? —pregunté sin entender la relación.
—Güendy y Viky no han vuelto al bar desde el día que celebraron el cumpleaños de Viky. ¿Te acuerdas que te comenté lo mucho que me extrañó que se dignaran a terminar la fiesta en el Frida y que tuve que pedirles que se marcharan, porque pretendían que me uniera a ellas? Bueno, pues, desde entonces, Viky anda comentando por ahí que le niego la entrada.
—Sí, sí, me acuerdo, pero sigo sin entender qué tiene que ver una cosa con la otra.
—¡Chica, Ana, a veces me da la impresión de que no te enteras de nada! Si Güendy y Viky han hecho pandilla con Clara y Angus y, ni unas ni otras pisan mi bar, es que se han hecho íntimas.
—Pero que se hayan hecho íntimas, no implica que Clara y Angus se enfaden contigo, ¿no? —objeté, creo, con bastante lógica.
—Eso ya lo veremos —sentenció—. Objetivamente no tiene ninguna importancia, todas somos muy libres de salir con quien nos apetezca, pero me jode que esas dos se alíen con Clara y con Angus, porque estoy segura de que va a traer cola. Y no lo digo por Güendy, sino por Viky, que me pone verde por ahí, la muy cretina.
—Y a ti, ¿qué más te da lo que diga?
—Mientras no me afecte, me da igual —afirmó—, todo el mundo sabe quien es y de qué pie cojea, pero no me apetece nada que me deje mal ante Clara y Angus.
No tuve que esperar mucho tiempo para comprobar que las sospechas de Carmen no iban desencaminadas. Por motivos que no vienen al caso, abandoné mi retiro en dos ocasiones. En ambas acabé la noche en el Batik-ano y, en ambas, coincidí con Clara y con Angus, que, de forma incomprensible para mí, se mostraron muy distantes. En una de las ocasiones, estaban con Güendy y Viky, a quienes también note un poco frías conmigo.
Me faltó tiempo para llamar a Carmen y contárselo. Una vez que te metes en la vorágine de los dimes y diretes, cualquier ocasión es buena para dar rienda suelta a la lengua.
—Iba a llamarte yo para decirte lo mismo. El sábado pasado me las encontré en el Batik-ano y, ¿puedes creer que desviaron la mirada? —me comentó, mosqueada—Lo que más me fastidia es que quedé como una estúpida, con la sonrisa en los labios mirando al vacío.
—¡Huy, pues sí, vas a tener razón —admití—, aquí pasa algo raro.
¡Hala, ya la teníamos armada! Güendy en acción, y las demás haciéndole la ola y convirtiéndola en el centro de nuestras conversaciones. Me maldije a mí misma por no haber sido capaz de sujetarme la lengua, pero el mal ya estaba hecho.
—Nada raro, Anita, nada raro, estando Viky por el medio, que no te extrañe nada —y añadió—. Desde luego, esa niña merece que le partan la cara.
—Si me permites que te corrija, a ambas, porque seguro que Güendy también tiene algo que ver.
Carmen siempre había defendido a Güendy contra viento y marea, so pretexto de que había sido muy feliz con ella y no quería estropear los buenos recuerdos que conservaba de aquella época. Nunca quise llevarle la contraria, a pesar de que Carmen omitía, sistemáticamente, el desastroso final de su relación.
—Prefiero pensar que es cosa de la otra —Carmen, en sus trece—. Güendy siempre ha sido muy discreta.
—Lo habrá sido contigo, guapa —puntualicé—, porque conmigo, desde luego, se cubrió de gloria. O, ¿no te acuerdas de que, pesar de que fue ella la que me dejó tirada sin previo aviso, se dedicó a contar barbaridades de mí a quien quisiera escucharla, incluida tú? Además, ¿qué pueden haberles contado para que, de repente, nos tachen de su agenda?
—Ni lo sé ni me importa —aseguró—, pero lo que más me jode en la postura de Clara y Angus. Al fin y al cabo, las conocieron por mí.
—Pues, perdóname que te diga que si se dejan influir por ese par de arpías, no son muy amigas tuyas.
No debería haber sido tan tajante. Sabía por experiencia que los manejos de Güendy eran capaces de socavar la más firme de las adhesiones, aunque, tarde o temprano, ella misma descubría su juego y las incautas, terminaban blasfemando en arameo y acudiendo a darse cabezazos contra el muro de las lamentaciones por haberse dejado arrastrar por semejante embaucadora. Múltiples episodios, que no vienen al caso, servirían para avalar mis palabras, pero no creo que merezca la pena perder el tiempo con ello.
El caso es que, tal y como había sospechado Carmen, Clara y Angus se hicieron íntimas de Güendy y Viky y se alejaron de ella y del Frida. Como el tiempo lo pone todo en su sitio, y, en un círculo tan cerrado como el nuestro, acabas enterándote de todo, las propias afectadas nos aclararon meses después, las causas de su inexplicable comportamiento. Pero, no adelantemos acontecimientos.

Después de pasarme varios trabajando a destajo para, entre otras cosas, paliar los efectos que mis descalabros sentimentales tenían sobre mi ánimo, decidí celebrar mi cuarenta cumpleaños regalándome un par de meses sabáticos. Dos preciosos meses de pura y dura hibernación que pensaba dedicar a recuperarme de todos mis excesos, lejos del teléfono, los aeropuertos, el ambiente y, por supuesto, de la búsqueda de mi media naranja, que no me había traído más que rompederos de cabeza.
Me tomé tan en serio esta decisión que hasta evité empezar el año con las doce uvas de rigor para evitar que el eterno deseo de enamorarme se me colara en el pensamiento y estropeara un año que intuía decisivo. Un mes antes de la fecha señalada me retiré a mis cuarteles. Aumenté el horario de trabajo a Loli, al objeto de no tener que preocuparme de las ingratas tareas del hogar y me dispuse a disfrutar del merecido descanso lejos de todo lo que pudiera comprometer mi decisión. Sin embargo, una vez más, tuve que rendirme a la evidencia de que los caminos del Señor son inescrutables, las casualidades no existen y los seres humanos, algunos, como yo, más que otros, somos juguetes en manos del destino.
Durante primeros quince días me mantuve fiel a mi plan. Loli, casi perfecta en su papel de factótum, me llevaba el desayuno y el periódico a la cama, en la que remoloneaba hasta el medio día. Matizo el casi. No hubo un sólo día en el que pudiera saborear al cien por cien el inmenso placer de desayunar en la cama leyendo la prensa. Ella se sentaba frente a mí, cajetilla en mano, dispuesta a amenizar mi despertar con el relato pormenorizado de sus vicisitudes sentimentales. Cuando no tocaban las faenas de su ex marido, que no la dejaba ni a sol ni a sombra, a pesar de haberse ido ella de casa, harta ya de estar harta, tocaban las de los muchos pretendientes que la asediaban. El caso era que no había día en el que mi Loli me dejara desayunar tranquila. Hubiera deseado que, ya que me hacía la gracia, me permitiera disfrutar el momento, pero como no tuve valor para desengañarla no me quedó por más que resignarme.
Eso sí, en cuanto terminaba el desayuno, Loli continuaba con las tareas de mi hogar y yo permanecía en la cama, agotada, hasta que se iba. Un baño, seguido por una sesión de relajación, completaban la mañana que, entre unas cosas y otras, se me ponía en las tres de la tarde. A veces venían Raquel y Sara a tomar el café y jugar una partidita antes de acudir a su trabajo, otras era Violeta la que se encargaba de que no estuviera sola tanto tiempo. El resto de la tarde lo dedicaba a leer, navegar, hablar por teléfono, o las tres cosas a la vez según estuviera de humor. Dos veces a la semana recibía clases de golf, destinadas a mejorar mi swing, pulir el approach y dominar la difícil técnica del pateo. En las noches alternaba el chat con el cine, acompañada por Violeta, o mis chicas, y alguna que otra cena casera. Los jueves, como siempre. Ni un sólo día me dejé caer por el Frida ni salí a cenar con Violeta, Antón y compañía. Pero, una de aquellas tardes perfectas me llamó Carmen.
—Tengo que decirte, Anita querida, que eres una indeseable —me espetó a modo de saludo—. Una cosa es que te retires y otra que me abandones de esta forma, ¡coño!, que llevo casi un mes sin verte el pelo, jodida.
—Yo también pensé que habías perdido mi número —le respondí con cierto retintín—. Porque si no te llamo yo...
—No empecemos, que aquí la teléfono adicta eres tú y la que has decidido aislarte, también eres tú —contestó con la misma indignación, o más —. No seré yo quien ose interrumpir tu estricto retiro.
—Entonces, ¿a qué debo el honor de esta llamada? —pregunté con más retintín.
—Si la montaña no va a Mahoma...
—De acuerdo, tienes razón —concedí—, me he despistado un poco. Pero podría habérsete ocurrido pasar por aquí, si no te apetece llamar, sabiendo como sabes que me paso el día en casa.
—La verdad es que he tenido un poco de lío —admitió en un tono más pausado—. Patricia se ha cambiado de casa, hemos tenido que pintarla, hacer el traslado, en fin, ya sabes. Y con lo nerviosa que se pone ella, por poco nos divorciamos.
Sonreí al imaginar a Patricia en semejante trance, instalada en sus tacones de ocho centímetros, con mono de trabajo y pañuelo, ad hoc, protegiendo su impecable melena rubio platino. Aproveché el lance para lanzar una puñaladuca trapera a mi amiga, eso sí, sin ánimo de zaherir.
—Querrás decir que has tenido que pintar y has tenido que hacer el traslado, porque no me imagino a esa novia tuya arriesgándose a romperse una uña.
—¡Ya te vale, Anita! —respondió riéndose— De todas formas, no te llamo para quejarme de mis trabajos forzados, sino para contarte una jugosa novedad.
—Cuéntamelo todo, sin omitir detalle —pedí ligeramente ansiosa, imaginando por dónde me iban a caer los tiros.
—Intrigada, ¿eh?
—Bueno...
—Ayer, que por cierto tuve una jornada desastrosa en el bar, aparecieron Clara y Angus. Ya habían estado un día, la semana pasada, intentando darme palique, pero no les entré al trapo. Me di cuenta de que tenían mucho interés en darme explicaciones de su actitud y pasé de todo, porque, de verdad, no me interesa lo más mínimo.
Clara y Angus otra vez en el candelero, intentando disculparse con Carmen...
—Pero ayer —continuó—, que no había casi nadie en el bar, no me quedó más remedio que escucharlas. ¿Adivinas?
Sí. Adiviné que nuestra Güendy había vuelto a hacer de las suyas y que las chicas, como tantas antecesoras en su misma situación, volvían al redil arrepentidas. Pero, a pesar de que siempre he presumido de una imaginación prodigiosa, el relato de Carmen superó con creces mis sospechas.
—¿Recuerdas aquel día que viniste a buscarme para ir a cenar y te tomaste una copa con ellas mientras llegaba la camarera?
Habían pasado casi tres meses, pero la imagen volvió nítida a mi cabeza. Clara, Angus y Güendy, estaban sentadas en una mesa a la entrada del bar y no pude evitarlas. Lo primero que me llamó la atención fue la expresión de sus rostros, tensos y ojerosos; lo segundo, la cantidad de alcohol que consumieron en los escasos veinte minutos que compartimos. Lógicamente comentamos su extraña presencia, después los injustificados desplantes que le dieran a Carmen tiempo atrás.
—Debe ser algo gordo —había comentado, entonces, Carmen— porque, el jueves, tuvieron una bronca morrocotuda en el Batik- ano y Viky se pasó toda la noche consolando a Clara.
—¿Y Angus?
—Se marchó sola.
—¿Y Güendy?
—A ésa no le vi el pelo. No sé por qué me da que la cosa anda entre Viky y Clara.
Sus suposiciones, según le contaron a dúo, fueron ciertas. Viky, harta de aguantar los dramas de Güendy, que pasaba por una de sus temporadas de fatalismo, y atraída por los múltiples encantos de Clara, se había enamorado de ella y, aquella misma noche, le había propuesto que abandonara a Angus. Ésta, sorprendida, le había respondido que, de momento, su matrimonio con Angus era indisoluble, entre otras cosas porque el bufete que habían montado juntas le impedía deshacer la sociedad.
La respuesta de Viky merece pasar a los anales de la historia.
—Estoy dispuesta a esperar por ti y por tu bemeuve hasta los cincuenta, si hace falta.
Clara, incapaz de rechazar cierto tipo de proposiciones, aceptó el amor de Viky, por ella y por su bemeuve, y vivieron un tórrido romance que terminó en el mismo momento en el que Angus tomó cartas en el asunto y puso a Clara en la conocida tesitura de o ella, o yo. Cuando Güendy, ajena a los tejemanejes de su novia, regresó de uno de sus viajes y encontró vacío su nido de amor —Viky, aprovechando su ausencia y las promesas de amor de Clara, había abandonado el hogar llevándose todas sus cosas—, recurrió a Clara y a Angus. Momento que Carmen y yo presenciamos la noche de autos.
—Me fascina la frase. Si algún día escribo una novela, no me va a quedar más remedio que utilizarla.
—Sinceramente —aseguró Carmen—, no me esperaba menos de Viky.
—Y, ¿cómo acabó la historia? —quise saber, verdaderamente intrigada.
—¿Cómo va a acabar, chica? Como un culebrón. La noche que las vimos en el Frida, Güendy acababa de encontrarse con todo el pastel. Cuando entró en casa y vio que Viky se lo había llevado todo, llamó a las chicas hecha un mar de lágrimas, para preguntarles si sabían lo que había pasado. Angus no tuvo el menor inconveniente en relatarle la película completa de los hechos. Güendy se lo tomó a la tremenda y amenazó con hacer un disparate, a pesar de que Angus le aseguró que no tenía nada que temer, que ya se había encargado ella de poner las cosas en su sitio y que estaba segura de que Viky volvería a su lado arrepentida.
—Me encanta que Viky se haya tropezado con alguien como Angus —afirmé divertida—, que la ponga en su sitio.
—Calla, calla, que la cosa no quedó ahí —continuó Carmen—. Tan desesperada la vieron que Clara le ofreció que se instalara en su casa, mientras las aguas volvían a su cauce. Y... —añadió, como si estuviera contándome el argumento de una novela de suspense—, esa misma noche, sedujo a Clara.
—¡Anda, Carmen, te lo estás inventando! —dije, aunque cualquier cosa que me contara de Güendy no me extrañaba en absoluto.
—Ni una palabra —me aseguró, seria.
—Pensándolo bien y conociendo como conozco a Güendy, me imagino que quiso vengarse de Viky arrebatándole a su amor y, de paso, liarse con Clara, que tiene una posición económica más acorde con sus aspiraciones. Me parece todo como de...
—Culebrón —me interrumpió—, culebrón argentino. ¿A que era eso lo que ibas a decir?
—¡Me lo has quitado de la boca! Pero, Clara y Angus siguen juntas, ¿no?
—Por supuesto —afirmó rotunda—. Buena es Angus. No le quedó más remedio que consentir una temporada, pero, en cuanto pudo, tomó las riendas del asunto, sacó a Güendy de casa de Clara y, aquí paz y después gloria.
—O sea —concluí—, que han acabado como el rosario de la aurora.
—Y me alegro —aseguró Carmen—, porque, sinceramente, lo de Viky no tiene pase. Además, ya sabes que a Clara y a Angus les tengo mucho cariño y me dolió mucho que se distanciaran de mí por culpa de ese bicho.
—¿Te refieres a Güendy, ¿no?
—Sí, Ana, me refiero a Güendy —aceptó, por primera vez.
—Si es que, siempre pasa lo mismo con ella, Carmen. Menos mal que, por una cosa u otra, se le ve el plumero y ella misma se descubre. Lo peor es que mientras tanto, consigue llevarse a todo el mundo a su terreno, que es algo que no me explico.
—Pues si hay alguien que debería entenderlo eres tú, que estuviste enamorada de ella hasta las trancas —la puñalada de Carmen impactó, directamente, en mi hígado.
—No me lo recuerdes. De todas formas, en aquella época, yo era joven, inexperta y con una necesidad tremenda de enamorarme —y añadí, para evitarme su coletilla—, como siempre.
Un par de días después de esta conversación decidí pasar por el Frida, después de cenar en casa con Violeta. Me lo encontré de bote en bote. Si hubiera tenido que pasar lista no hubiera podido poner ni una falta. Antón, Belén Lucía, Lola…, en fin, la crême de la crême del ambiente local.
Charlé con unas y con otros, respondí a las obligadas preguntas sobre mi ausencia y, cuando me disponía a acabar mi copa y retirarme, aparecieron Clara y Angus.
Con una sonrisa de oreja a oreja se dirigieron directamente a mí.
—¡Ana, qué sorpresa! —dijo Clara, dándome un beso.
—¿Se puede saber dónde te metes, que no se te ve el pelo?—continúo Angus.
Expliqué en dos palabras mi situación.
—¡Joder, qué suerte! —exclamó Angus— Ya quisiera yo poder permitirme ese lujo.
—Cuando cumplas los cuarenta, a lo mejor puedes regalarte un poco de tiempo—respondí.
—Y, ¿no te aburres, todo el día en casa, sin hacer nada? —preguntó Clara.
—¿Aburrirme? Ni lo más mínimo—le aseguré—, más bien al contrario. Sólo con leer todo lo que tengo atrasado podría ocupar un año entero.
Para que la noche fuera completa, apareció Bárbara, mi ex, sin Cari, la mujer por la que me había abandonado. Por alguna razón que nunca llegué a descubrir, Bárbara, se atacaba cada vez que nos encontramos y si podía evitar saludarme, lo evitaba. En aquella ocasión no le quedó más remedio que darme un par de besos y cruzar las típicas frases de compromiso, antes de perderse en el fondo del bar, lo más lejos posible de mi campo de visión.

El encuentro dio paso a una interesante conversación el tan traído y llevado tema, amistad sí, amistad, no, tras la ruptura. De ahí, sin que sea capaz de recordar cómo, salió el tema de Viky y Güendy. Clara, que estaba bastante animada, gracias a la velocidad con la que se bebía las copas, me contó, con pelos y señales todo lo que ya sabía por Carmen. Para no descubrir a mi amiga mostré la sorpresa que correspondía, lo cual me permitió enterarme de algunos detalles que Carmen, no sé si por prudencia o por desconocimiento, no me había comentado. Angus asistió a la declaración completa sin pronunciar palabra.
Cuando llegamos al momento de la famosa frase, que Clara repitió textual, no pude reprimir una carcajada y preguntar:
—¿Puedo utilizar la frase en mi próxima novela?
—Por mí —dijo Angus—, como si utilizas la historia completa.
—Es que la encuentro absolutamente fascinante, la frase y la historia.
—Más fascinante es lo que pretendía.
—¿...?
—Que echara a Angus del bufete y la metiera a ella.
—Pero si no ha estudiado Derecho...—observé, cada vez más sorprendida.
—Pero ha hecho un cursillo de Office—aclaró Angus con el tono más ácido que pudo conseguir.
Nueva carcajada. Podía intuir que Viky, que desde que la había conocido me había parecido una auténtica trepa, pretendiera sacar tajada de cualquiera de sus relaciones, pero aquella pretensión me pareció excesiva.
—No doy crédito a lo que me estáis contando —admití.
—Y no sabes lo mejor —afirmó Clara aumentando el suspense—. ¿Te acuerdas de aquella noche que nos encontraste aquí?
Otra vez la famosa noche. Asentí. Clara continuó su relato.
—Me dio muchísima pena y me sentía muy culpable por haberle provocado aquella situación —confesó— que no se me ocurrió otra cosa que llevármela a casa y atenderla. Al fin y al cabo éramos amigas y yo había traicionado su confianza, acostándome con su novia.
Aquella misma noche acompañaron a Güendy a su casa a recoger lo imprescindible.
—Lo que más me jode —dijo Angus— es que fui yo la que la ayudó a hacer la maleta.
Tuve que morderme los labios para no hacer un comentario intempestivo que hubiera puesto a Carmen en evidencia.
—¿Por?
—Porque esa misma noche —respondió Angus con rabia contenida —, se acostó con Clara.
Miré a Clara procurando cargar las tintas en una expresión de asombro que tenía mucho de auténtica. Ella, con un gesto cargado de picardía, admitió:
—La carne es débil. ¿Qué otra cosa podía hacer, si se metió en mi cama?
—Y pretendió colarse en tu vida —añadió Angus.
Volví a interrogar a Clara con la mirada
—Es que esto es muy fuerte, Ana.
—¿Más? —pregunté realmente sorprendida.
Clara miró a Angus, Angus asintió con la cabeza y Clara continuó con la exposición sistemática de los hechos.
—Al día siguiente se presentó en el bufete para decirle a Angus que ella y yo estábamos enamoradas y que, a partir de aquel momento ella era mi pareja, pero que si Angus quería, podía hacer lo mismo con Viky. Al parecer, tenían un plan.
—¿Un plan? —pregunté, ya sin dar crédito a lo que oía.
—Un plan, Ana, un plan —respondió Clara—. Nada de lo que pasó fue casual. Güendy lo tenía todo planeado.
Viky debía seducir a Angus, mientras Güendy se liaba con Clara y así componer un cuarteto perfecto. De paso, las dos podrían beneficiarse de la holgada posición económica de Clara que, aparte del famoso bemeuve descapotable, asientos de cuero blanco, y un cuatro por cuatro, incluía un duplex en el centro de la ciudad y una tarjeta de crédito que su propietaria manejaba con soltura. Pero Viky no se conformó con lo que ella consideraba la peor opción. Aprovechó la ausencia de su novia, se adelantó a los planes previstos y conquistó a Clara en una maniobra digna de Hari, Mata Hari.
Sólo una mente como la de Güendy podía maquinar un plan de aquel calibre. Su interpretación aquella famosa noche, tantas veces mencionada, sólo tuvo un objetivo, castigar la osadía de Viky y dar una vuelta de tuerca más a sus planes. Al instalarse en casa de Clara y seducirla, mataba dos pájaros de un tiro: se hacía con el control de la situación y se aseguraba el cobro de la pieza más codiciada. Para completar el círculo, sólo quedaba convencer a Angus, pero ésta no entró al trapo y poco tiempo después, las aguas volvieron, aparentemente, a su cauce.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajajajaja ¿En serio hay gente así por la calle, quiero decir, fuera de los culebrones de la tele? Qué miedín. Me quedo con mi Blasfi para toda la vida, qué quieres que te diga...

errante dijo...

qué carajo hago yo con mi tiempo?

Mármara dijo...

Si yo te contara, Ohne, si yo te contara... Bueno, ya lo irás leyendo.
Errante, eso mismo me pregunto yo: ¿qué coño hice yo con mi tiempo?

ConchaOlid dijo...

Joder, entre belenes y guendis... la realidad siempre supera la ficción.
¡Hija tu las atraes como moscas!... claro que, habló quien pudo.
Sigo leyendo.

Anónimo dijo...

Pero que estratagemas, dignos del mismísimo Maquiavelo...

Que bien escribes, y como enganchas a tu lector en una vorágine de emociones, relaciones y engaños...

Pena Mexicana dijo...

pues si esto es autobiográfico, eso sólo demuestra que el ambiente lésbico de mi ciudad natal no es tan raro como para no verse reflejado en tu escrito... sigo leyendo