miércoles, 26 de marzo de 2008

Rápida y Mortal (I)

Recién estrenada la primavera, una nueva actriz pasó a engrosar el elenco de mi particular teatro de opereta. Llegó con aires de diva, dispuesta a hacerse con el papel protagonista desde el primer momento, quizás porque la antigüedad siempre ha sido un grado, y a ella le sobraba.
Nos habíamos conocido en los ochenta cuando, para regocijo de quienes habían hecho apuestas sobre mi opción sexual, decidí a soltarme la melena y empecé a alternar con lo más florido del ambiente local.
De aquella época conservo multitud de conocimientos y algunas amistades. Pedro, que nos abandonó en cuanto pudo, para instalarse en Madrid, donde presintió podría llevar una existencia menos condicionada por la presión familiar ; Antón, que no tuvo valor para seguir a su amigo del alma y ha ido marchitándose, poco a poco, en el asfixiante y enrarecido aire de nuestra pequeña comunidad provinciana y, sobre todo, Violeta, con quien he compartido algunos de los mejores y peores momentos de mi vida, y de la suya, circunstancia ésta que ha creado entre nosotras un vínculo indisoluble, a pesar de las incontables diferencias que nos caracterizan.
Entre la pléyade de conocidos y conocidas estaba Belén. Belén se había casado con un, dudosamente, atractivo, señorito andaluz venido a menos, al día siguiente de cumplir los dieciocho para escapar de las garras de una madre exigente y controladora, quizás por eso, nunca se resignó al papel que ella misma se había adjudicado y siguió llevando la misma vida de soltería que el resto. Durante unos años compartimos muchas cenas, alguna que otra madrugada, varias noches de ópera e infinidad de copas, hasta que su marido, decidió llevársela a vivir a Barcelona para alejarla de todo lo que le impidiera controlarla él mismo. Durante muchos años sólo supe de ella por Antón, con el que ella hablaba, de tarde en tarde, por teléfono, y el único entre sus amigos, al que veía cuando volvía a casa por Navidad. Por él supe que su precipitado matrimonio había fracasado mucho antes de que se decidiera a abandonar la ciudad Condal, dejando allí una buena parte de sus ilusiones y un marido, cómo no, infiel. Recuperada del amargo trance, gracias al apoyo de sus padres —que la instalaron en un magnífico chalet, en una de las urbanizaciones más elitistas de las afueras, le pusieron un negocio y le contrataron el servicio necesario para que pudiera liberarse de la pesada carga que supone la educación de unos hijos obligados a crecer sin padre—, se reintegró al círculo de sus amistades, después de un par de años de retiro absoluto, dispuesta a recuperar el tiempo perdido.
Fue en ese momento cuando la vida nos volvió a juntar, concretamente uno de aquellos viernes en los que salía a cenar con Antón, y Violeta —recién divorciada de su primer marido—, y con quienes tuvieran a bien añadirse. Antón siempre ha sido una especie de coordinador de grupo para este tipo de eventos. Todo el mundo lo llama y él reserva las mesas en los restaurantes para un par de personas más, por si las moscas. Aquella noche se añadieron Marisa, Miguel y Belén.
—¡Anita, corazón, no sabes las ganas tenía de verte! —exclamó, abrazándome con demasiada efusividad, para mi escaso gusto, teniendo en cuenta que hacía más de diez años que no nos veíamos—. No me apetecía mucho salir, porque hace casi nada que he llegado de Madrid, ya sabes, los negocios..., pero en cuanto Antón me dijo que venías a cenar, no lo dudé ni un segundo.
Sonreí de circunstancias a la espera de que me aclarara el motivo de su interés. No tardé en saberlo. Si hay una cosa que caracterice a Belén, es que no calla ni un momento. Es una de esas personas a las que podríamos incluir en el apartado de locución continua, del que no puedo ni debo excluirme.
—¿Te acuerdas de aquella noche que nos echaste las cartas a Curro, mi ex, y a mí? —me preguntó traspasándome, literal, con la mirada
—No, la verdad, no me acuerdo, han pasado tantos años...
—Pues no sabes la cantidad de veces que me he acordado de ti y de lo que nos dijiste. Ya sabes que yo, todas esas cosas me las tomo muy en serio. Fíjate si me las tomaré, que cada vez que Curro hacía un viaje pensaba, éste tiene un accidente y se que me queda paralítico, como me predijo Ana.
—Pero no le ha pasado nada, ¿verdad?
—No, no —respondió haciendo un énfasis especial en el último no.
—Menudo susto que acabas de darme.
—En lo que sí acertaste fue que no era el hombre de mi vida, ya sabes que nos hemos separado hace casi tres años. Bueno —añadió con un mohín de desprecio—, pensándolo bien, en lo otro también acertaste, porque sí se ha quedado paralítico, paralítico cerebral.
No pude evitar reírme a carcajadas con la ocurrencia. Es cierto que siempre había considerado a Curro un parásito, oportunista y vividor, y que la parálisis que había predicho —no recuerdo los términos exactos en los que me había expresado—, se referiría, seguramente, a la evolución personal.
—No te rías. Es como te lo cuento —me aseguró muy seria—. En realidad tendría que haberme divorciado después de que naciera mi hijo Javier, pero sólo por no darle la razón a mi madre, aguanté otros diez años, que tiene tela, ¿eh? Por cierto, tienes que volver a echarme las cartas, tengo una intriga horrible por saber qué va a ser de mi vida. ¿Sigues echándolas, no?
—Sólo de vez en cuando, últimamente tengo muchísimo trabajo.
—Ya me ha dicho Antón, pero, bueno, para podrás hacerme un hueco, ¿no? —nuevo mohín, en esta ocasión con un cierto toque de picardía.
A partir de ese momento la conversación derivó al ámbito de lo literario.
—¿No has leído El Alquimista?
—No he leído nada de Paulo Coelho —confesé.
—¡No me lo puedo creer, Ana, es im-pres-cin-di-ble! —exclamó como si se tratara de un premio Nobel, o similar, y, a renglón seguido—No lo compres, yo te lo regalo. Mañana vienes a comer a casa, me echas las cartas y te doy el libro.
Después de cenar y de aguantar las sonoras protestas de mis amigos, por la poca atención que les habíamos dedicado, recalamos, para variar, en el Frida, donde me encontré con algunas amistades que hacía tiempo no veía. Me dediqué a saludar y a responder varias veces a los obligados: ¿Qué tal?, ¿Dónde te metes que no se te ve el pelo? y el inevitable ¿Estás con alguien?, que tanto se prodiga cuando todo el mundo se hace eco de tu separación y no logran asociarte a ninguna conocida. Me olvidé de Belén, de Antón y del resto, y me dediqué a charlar con una amiga de mi ex, profundamente interesada en los términos de mi divorcio. Un par de horas después se me acerca Belén y me susurra al oído, aprovechando para rozar con sus labios el lóbulo de mi oreja, de una forma demasiado provocativa, para mi escaso gusto:
—¿Es tu novia?
—Colega —respondí, pelín molesta.
—Desde luego, cómo eres, me abandonas por cualquiera. Anda, ven a tomar una copa al Batik-ano —abrazándome por la cintura.
—Un poco más tarde, quizás.
—No me digas que me vas a dejarme sola... —colgándose de mi cuello y rozándome el lóbulo de la oreja con los labios de forma ostentosa, y, a la vez, procaz.
— ...
—Si no te veo, te llamo mañana y vienes a comer —aceptó, dejándome por imposible, pero besándome en la comisura de los labios antes de desaparecer de mi vista.

19 comentarios:

errante dijo...

interesante comienzo

Mármara dijo...

¡Joder, Errante, si ni siquiera me ha dado tiempo a publicar el enlace! Tú sí que eres rápida, ¿y mortal?

Blasfuemia dijo...

ay, tengo que releerlo. De tu biografía me da pelín de susto encontrarme con algún nombre común (de compartido).

Yo que sé.

Pero una cosa ¿vas a dejarnos así?

Mármara dijo...

Que no te dé miedo, Blasf. A no ser que seas de Oviedo y que hayamos coincidido en alguna de mis etapas faranduleras por La Santa, el Tamara, el R-3, o similares, las posibilidades de que te encuentres con algún nombre común son inexistentes.
Y no, claro que no os voy a dejar así, seguriré poniendo fragmentos de este capitulillo, pero en pequeñas "diócesis".

prófuga dijo...

me gusta, me gusta...

Anónimo dijo...

¿Y porqué se empieza por el capítulo 2? A mí me gusta enterarme de las cosas desde el principio.

Mármara dijo...

Porque no voy a calcaros la novela completa, Onhe, que son 236 hijil-lias del ala (DIN-A4, arial, cuerpo de letra 12, espaciado sencillo), oyes.

Blau dijo...

uufffff que bueno!!! :o)

Anónimo dijo...

Me gusta! :)

Anónimo dijo...

¿Pero no la tienes en Word, corta y pega?

Mármara dijo...

Gracias por los ánimos, chicas, y por esas palabras de aliento.
A ver, Onhe, que sí que la tengo en Word, pero que no es mi intención publicarla en la red, entre otras cosas porque como a mí me cuesta tanto leer en pantalla, y me da una pereza enorme leer pantallas y pantallas de texto, pienso que al resto os pasará lo mismo y me da no sé qué endilgaros tropecientas líneas todas seguidas.
De todas formas, ya lo he comentado con mi asesora personal y por a poner trpzos más grandes.
Allá vosotras si os quedáis sin pestañas. Que yo os agradezco infinito el interés, conste.

Morgana dijo...

Bueeeeenoooooo, dos enganches, dos: el cadáver y tu novelita a fragmentos! joder, así no voy a ver la tele nunca!!

jajajaja Tamara?? Mmmmmm Tamara en Las Palmas, nooooooo! jajaja

Marcela dijo...

marmarita, que si la publicas entera en la red no te va a quedar para publicar en papel, majaaaaaa.
pero mira que me gusta esta novela, pardiez, qué mala sombra tienes que no la arreglas de una vez y la pones en circulación editorial.

iTxaro dijo...

Esto promete....

Ahora sin L word más de una se enganchará a L Marmara

un beso

Mármara dijo...

Pero, ¡qué rebuenas sois conmigo!
No te has de preocupar, Marcelilla, querida, que, por mucho que se me empeñe Onhe, no voy a colgarla entera.
¿Para qué quieres ver la tele, Morgana, si te me entretienes tanto con estas cosillas nuestras?
Por cierto, has de hacerte con L, guapa. Ya se pueden descargar todas las temporadas desde el emule.

errante dijo...

Soy mortal, mala persona, desalmada incluso, pero rápida sólo cuando la ocasión lo merece

Mármara dijo...

Hmmmmm, Errante, a cada cual más fascinante, la retahila de adjetivos con los que te me has definido.

Anónimo dijo...

Errante, déjate ya de tanto telemarketing y pasa a la venta a domicilio, mujer.

Mármara dijo...

jajajajajajajajajajajaja